En el año 1994, Renato Capriles, y Cate, su esposa, me regalaron el precioso disco de Los Melódicos Big Band ¡EL SONIDO DE LA NUEVA ERA!
Esta producción, "DISCO ESPECIAL INSTRUMENTAL CONMEMORATIVO DE LOS 35 AÑOS DE LA ORQUESTA", contiene doce maravillosas interpretaciones de conocidos músicos internacionales. El número seis, "Big Band (Banda Gigante), corresponde a una composición de una de sus hijas, Iona, en la que demuestra el gran talento musical heredado de su padre, el Maestro Renato Capriles. Entre las doce piezas instrumentales figura otra bella melodía, "Poinciana", de Mat Simon y Bobby Bernier. Esta última me inspiró a escribir el cuento que hoy publico, "Un banco en la plaza", en el que menciono al querido y recordado Maestro Renato Capriles, quien desde esta mañana, habita los Cielos y alegra las Alturas con su maravillosa presencia y su gran talento musical.
Esta producción, "DISCO ESPECIAL INSTRUMENTAL CONMEMORATIVO DE LOS 35 AÑOS DE LA ORQUESTA", contiene doce maravillosas interpretaciones de conocidos músicos internacionales. El número seis, "Big Band (Banda Gigante), corresponde a una composición de una de sus hijas, Iona, en la que demuestra el gran talento musical heredado de su padre, el Maestro Renato Capriles. Entre las doce piezas instrumentales figura otra bella melodía, "Poinciana", de Mat Simon y Bobby Bernier. Esta última me inspiró a escribir el cuento que hoy publico, "Un banco en la plaza", en el que menciono al querido y recordado Maestro Renato Capriles, quien desde esta mañana, habita los Cielos y alegra las Alturas con su maravillosa presencia y su gran talento musical.
¡Paz a su bella alma!
EN UN BANCO DE
Ella se divertía simplemente viendo pasar la
gente. Esta obra de teatro variaba siempre: la ejecución de los músicos de la
banda del Municipio, los domingos; la pelea de un chico a quien regañaba una
mamá; la queja suplicante de un
enamorado a su chica - o vicerversa - en fín, todo era un constante cambio, una
mutación en los días, que la distraía mucho.
La señora lucía un
bonito conjunto de pantalón de hilo verde, muy fresco, que le daba cierto aire
juvenil y que, al ponérselo esa tarde, le recordó vagamente su linda figura de
otros tiempos. Llevaba también unos mocasines cómodos que aumentaban su
bienestar y su buen humor. Completaba el
atuendo, una elegante cartera de cuero marrón, que una vez sentada, colocó en su
regazo.
Ese día, por suerte,
además de que era domingo, se celebraban
las fiestas patronales del pueblo, por lo que había música, música
especial. A un extremo de la plaza se
había tendido un enorme toldo que albergaba a la Orquesta Los
Melódicos, que en ese momento, afinaba los instrumentos para
iniciar el concierto, bajo la batuta de Renato Capriles, su director. En los alrededores de la plaza se veían,
alineados, unos al lado de los otros, automóviles de diferentes épocas, como
acabados de salir de sus respectivas agencias. Muchas personas curioseaban cada
detalle de su línea, tomándose fotografías al lado de los autos favoritos, como
recuerdo .
Enriquecían el
espectáculo dominical, parejas de diferentes edades y niños, vestidos a la usanza de principios de
siglo, y de las décadas veinte a la actual; todo de acuerdo a los modelos de
vehículos que se exhibían. La diferencia de los decenios
anteriores con los años noventa -tanto en la moda, como en el modelo de
los automóviles- radicaba en que, por supuesto,
éstos los exhibían sus propios dueños: el público asistente al evento.
Las calles asfaltadas
y pulquérrimas llegaban hasta el confín del pueblo . Allí terminaba la cinta de
asfalto y comenzaba la de tierra que,
serpenteando, se perdía entre el follaje. La
Iglesia del pueblo y las casas remozadas recientemente,
dejaban ver sus frentes impecables: unas blancas, azul añil, otras verde.
Zócalos en colores fuertemente contrastantes y ventanas adornadas con flores,
completaban el atuendo de las casas pueblerinas. Algunas mansiones de
arquitectura moderna y alada, mostraban perfiles pétreos y otras, sus fachadas
vegetales, que no dejaban ver el ya desvanecido color inicial de sus pinturas.
Comenzó la música y
con ella, también el corazón de doña Eugenia empezó a bailar en su interior, al
ritmo de la " Canción India" de Rimsky Korsakoff. A esta pieza le siguió "Gotas de lluvia caen sobre mi
cabeza". - Pero ¿esa música era interpretada por Los Melódicos? - se
preguntó la señora- No era ése el tipo
de música al que ella estaba acostumbrada a escucharle a ese grupo musical,
excelente y alegre también, pero
distinta: cumbia, salsa, merengues, entre otros ritmos. Una chica, que tenía dos programas le obsequió uno y pudo observar que ese día la popular
orquesta, bajo la mágica batuta del Maestro Capriles, interpretaba música de
banda: "Big Band / El Sonido de la Nueva Era ", rezaba el programa dominical.
Entonces, muy feliz doña Eugenia continuó escuchando con deleite los melodiosos compases...
Súbitamente, la interpretación de Poinciana la estremeció,
y una fuerte emoción sobrecogió su alma.
Esa tarde el Club
Florida abrió sus puertas a la fiesta que ofrecían los estudiantes del San Ignacio de Loyola que
se graduaban de Bachilleres. Algunos de ellos luego se inscribirìan en la Universidad Central
de Venezuela; estudiarían Ingeniería, Medicina o Leyes y otros entrarían a la Escuela Militar , la Naval o la Aviación.
Las jovencitas
invitadas a la gala, estaban sentadas, casi todas, junto a la piscina,
esperando las sacaran a bailar los muchachos asistentes al evento. Allí estaban María Inés, Enriqueta y Eugenia,
tomando sus repectivos refrescos, entre bromas, chistes y vestidos de crepé de
china.
-¿Me permite?
Un joven alto (guapísimo, según confesó después Eugenia, a sus primas),
la sacó a bailar . Sus brazos la rodearon y la chica siguió dócilmente el paso
marcado por su compañero de baile.
- Pareces una plumita-
fue el comentario inicial de él, mientras se deslizaban por la pista de baile,
confudiéndose entre las demás parejas. Ella sólo sonrió. Sentía que volaba en
los brazos de su joven compañero.
Todos obsevaban a la
pareja, que magistralmente obedecía los compases de Poinciana Mat Simon de
Bobby Bernier. La pieza musical era muy popular en ese entonces, por pertenecer
al repertorio de la Banda
de Glenn Miller, quien solía presentarla en
gira por Europa, con el noble propósito de levantar el ánimo de los
aliados norteamericanos, durante los terribles años de la II Guerra Mundial.
Vinieron los aplausos y a ese baile siguió otro, y otro.
También siguieron los
encuentros, tímidos al principios, atrevidos después.
1941: comenzaba a
correr el año por las accidentadas calles del orbe. La guerra continuó su paso
destructor en Europa. El luto, con ropajes de banderas, vistió miles de hogares
en el Viejo y en el Nuevo Continente: innumerables familias lloraban la pérdida
de esposos, hijos y hermanos. La angustia y la escasez cubrió las necesidades
del mundo, incluyendo a Venezuela. La tragedia se reseñaba en los diarios
matutinos y vespertinos de la época. El
ánimo era otro, diferente a los tiempos de paz. La preocupación era mundial.
Eugenia tenía
sospechas terribles sobre su propias batallas personales: sentía que los amores
apasionados con Ignacio, su novio, habían dado su fruto. Estas sospechas fueron
confirmadas a los dos meses, cuando después de muchas dudas, fue a ver al médico.
Horrorizada ante la
perspectiva de enfrentarse a su familia,
luego de saber la noticia de su embarazo, decidió primero hacerlo con su novio.
El era el padre; reponsable como ella de la situación que vivía. Estaba segura
de que él la comprendería, y entre ambos buscarían la solución al problema que
hasta ahora enfrentaba ella sola.
Pensó que ya era muy tarde
para pensar en arrepentimientos, porque sencillamente ella no estaba
arrepentida. Conocer el amor en los brazos de Ignacio había sido lo mejor que
le había podido ocurrir; sólo que no se
imaginó que esto podría pasar tan rápido, en sólo un encuentro. Hubiera
preferido esperar hasta casarse con él. Pero, bueno, ahora no quedaba otra
alternativa: había que enfrentar la situación.
Se encontraron en la
heladería de la Esquina
Las Gradillas. Ella, entre las lágrimas que mojaron casi
completamente el pañuelo de su novio, le contó lo sucedido. Un nudo se
interpuso entre la garganta de Ignacio y las palabras que trataba de decir.
Ella lo interrogaba con su mirada húmeda.
- ¿Y...?
No hubo respuesta por
parte del muchacho de dieciocho años. El terror se reflejaba en su mirada, sin
atinar a decir palabra alguna.
Sólo, minutos después, eternos para la chica de
dieciséis, él logró preguntarle a su vez:
- ¿Estás segura de que
es mío? Porque yo no me voy a casar
contigo si no estoy seguro de que lo sea.
Eugenia entró en el
estudio del padre, sigilosamente: la angustia la invadía. Don Carlos tenía terminantemente prohibido
que se tocara -bajo ningún concepto- el arma que escondía en la gaveta de su
escritorio. Esa prohibición databa de la
época del exilio en México. El padre también le había dicho a los
muchachos, con toda sinceridad, que la calibre 38 estaba allí, sólo para
casos de emergencia, de seguridad. La
propia Eugenia, incluso, por ser la hija mayor,
había sido entrenada para utilizarla sólo en casos de extrema necesidad.
Y la chica creyó que había llegado el momento.
Tomó el arma en sus manos y verificó si estaba cargada. Lo estaba.
Entonces salió, calle abajo, con el arma en la cartera.
Hacía poco ella, bajo una crisis de llanto,
había dejado a Ignacio en la heladería. No había aceptado la paternidad del
niño. Ella sabía que esa tarde él iría al Club Florida. Entonces, pacientemente
se apostó detrás de un Buick que se encontraba estacionado diagonalmente, en la
acera de enfrente del club y lo esperó. Al rato, apareció el chico por la
esquina, en dirección a la puerta del centro recreacional. Al cruzar la esquina
quedó de espaldas a la chica, por lo que ella lo llamó para que le diera el frente y le viera la
cara:
Con la cara
congestionada por el llanto, y el cuerpo temblandole, por la decision tomada,
apunto al chico con las dos manos.
Ignacio, aprende a ser hombre.
El joven, volteó al escuchar la sentencia, que mas bien parecia un
grito, y ella apretó el gatillo. Inmediatamente él cayó al suelo, mientras la
chica se alejaba, y decía con voz apenas audible, cuando, aturdida todavía por
el disparo y la emoción, dejaba caer el arma.
- !Desgraciado! Eso te
lo dejo de recuerdo, para que no vuelvas a dudar, ni de mí, ni de ninguna otra mujer en tu vida... ¡Que jamás vuelva a
verte...!
Las lágrimas rodaron
por las marchitas mejillas de doña Eugenia, tras el recuerdo que le regaló la
música, esa linda pieza, Poinciana. Siempre ese recuerdo había vivido
ella, pues su hijo se encargaba de evocárselo. Pero hoy había sido diferente,
quizás por el ambiente festivo: la gente se divertía y la orquesta sonaba lindo. La reminiscencia
cobró vida. Al principio, doña Eugenia
casi sentía rozar en su cuerpo el de la pareja que la conducía entre sus brazos
por la pista de baile, mientras los
volantes de su vestido, al compás del baile parecían flotar, dejando ver
sus bien formadas piernas, aquella
lejana tarde en el Club Florida.
- Permiso. ¿Puedo sentarme?-
Un corpulento señor,
se había detenido ante ella.
Ella, asintió,
mientras se limpiaba los ojos. No quería que quedara impresa en su rostro
ninguna huella de dolor. Este le pertenecía. Ni aún su marido - "un alma de Dios", como sólía describirlo- comprendía, con todo
su gran corazón, el dolor sufrido en aquel entonces.
A José Andrés,
lo conoció cuando fue a consulta . Fue el médico que la atendió en el
parto de su hijo mayor. Con él conoció el amor y le dio cinco hijos. Ya todos
eran profesionales. El mayor de ellos ingeniero, otros medicos y abogados. La
unica hija era pianista y vivia en Viena. Todos estaban casados y los nietos
sumaban veinte. La verdad es que la vida de doña Eugenia después de aquel
incidente juvenil, había transurrido más bien serena. Dios le habia regalado tranquilidad,
despues del mal rato de aquella noche terrible.
Comenzó nuevamente la
música; esta vez otra orquesta, la Sinfónica Juvenil , interpretó música clásica popular. Los valses
venezolanos y vieneses, entre otros ritmos musicales, pusieron notas de alegría a esa tarde
dominical.
Con la música se
inició una conversación jovial entre los dos ancianos, quienes, desde el banco que ocupaban, además de escuchar a la orquesta, veían cómodamente la ejecución de los músicos. Los dos, personas cultas, habían vivido en
Europa, viajado mucho, y celebraban con risas la aparentemente afinidad.
- Y... cómo se llama
la señora?
- ¿Yo? - preguntó
riendo y encantada por la compañia de "ese señor tan agradable", como
le contaría después a su marido- me dicen "Nena, Nena de Gutiérrez ¿ y usted?
- Nacho, señora, Nacho
Gar...
No terminó de decir su nombre, porque
un hombre de edad mediana interrumpió la conversación .
-
Perdón. mamá, la vengo a buscar .¿ Está lista para
irse? Creo que ya termino la funcion, pues la gente está yéndose. ¿La pasó bien
? –
- Doña Eugenia entonces respondió muy satisfecha:
!Ay! Sí, hijo. Todo ha
sido famoso. He pasado una tarde maravillosa con la compañía de la música y
también de este señor tan gentil. Permítanme presentarlos. El es Jesús, mi hijo mayor. Y... el señor se llama Nacho...
Las manos de los dos
hombres se unieron en un fuerte apreton de manos.
Los ancianos se
despidieron. Ella se dirigió a su casa, y él a la suya. Mientras se alejaba -
también complacido por la tarde compartida con la simpática señora- se apoyaba
en el bastón. Caminaba elegantemente, a pesar de arrastrar un poco una de las
piernas.
Myriam Paúl Galindo
Caracas, 27 de Septiembre de
1999
Excelente tu relato Myriam, muy agradable a medida q uno sigue leyendo. Es muy entretenido y muy real. No pare hasta leer todo lo q reseñaste y con lujo de detalles. La fachada con esas casitas tan coloridas (( tipo algunas q existieron en maracaibo, y otros lugares de nuestra Venezuela)) bellisimas, muy lucidas y agradables para el entorno. Te felicito por esa pluma q tienes, q buena idea seguir los pasos de tu Padre, ya te lo he dicho otras veces. Excelente y reconocido Escritor y Poeta. Recibe un abrazo, buenas 🤗 noches.
ResponderEliminarBello Myriam
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