viernes, 7 de noviembre de 2014

EL HOMBRE TRISTE



   "... él permanece en la misma posición, cabizbajo, ..."


     El bullicio de la gente a mediodía me aturde y los precios que veo en las vitrinas no se si me asustan o deprimen. Es posible que los dos hagan estragos en mí. Nunca en mi vida he visto galopar la inflación  con tanta velocidad como en estos últimos meses del año. Los árboles de navidad que exhiben varias de las tiendas del centro comercial, tratan de alegrar con sus luces, sin lograrlo, los meses pre navideños.  El ambiente festivo que se veía y se sentía hace casi dos décadas para esperar la navidad, ya desde septiembre con fiestas y gaitas, quedó enterrado en el cementerio de nuestra memoria. Continúo mi recorrido llena de nostalgia al recordarlo. 

     Para hacer tiempo hasta mi cita médica a las dos de la tarde, entro a la cafetería de Beco, en el Centro Comercial Ciudad Tamanaco y pido un pastelito y un café. Me siento a una mesa ubicada en el único rincón que hay en el local, especie de trinchera entre juguetes. Mientras espero a que me los preparen, veo un lindo parabán de madera  tallada, que ubico al instante entre mi comedor y mi salón de la derecha. Siempre me contenta pensar que, aunque mi apartamento no es grande, he jugado un poco con el espacio y tengo ¡dos salones! El del lado izquierdo no requiere ningún separador, me digo al observarlo y sonrío, pues toda esta decoración no es más que mental. Mi presupuesto navideño  jamás alcanzaría para lujos asiáticos, europeos o criollos de esta naturaleza, en la Venezuela que vivimos, y mucho menos -para mí-, en la Caracas que habito.

     Ya está listo mi café y han calentado mi pastelito, por lo que la chica, desde el mostrador, me hace señas de que pase a retirarlos. En cuanto me siento de nuevo a mi mesa, dispuesta a disfrutar de mi refrigerio, veo que a la de al lado se ha sentado un hombre de edad mediana, justo al frente del parabán tallado de mis sueños.

     Noto que el hombre baja la cabeza. Luce ensimismado. La mano derecha, de dedos muy largos, reposa sobre la superficie del mueble y me llama la atención, que mientras ya yo casi he terminado de comer y de tomar mi café, él permanece, casi en la misma posición de hace rato, cabizbajo, y sin ordenar ni siquiera, un vaso de agua.

     "Qué hombre tan triste", pienso. Me intriga su rigidez. La mano derecha continúa estática y los ojos semicerrados. "Quizás ha tomado alguna medicina que lo mantiene soñoliento", continúo pensando. No sería raro que yo pudiera tener razón al pensarlo, pues la semana pasada en la iglesia, a mi lado estaba una señora que seguía la misa a duras penas, pues se dormía a ratos y parecía que de pronto se desplomaba en mi hombro, durante el sermón. Así que mis sospechas con mi vecino de mesa, no parecían infundadas. Continué observándolo de soslayo, pero seguía casi igual, pues apenas si había movido la mano derecha sobre la mesa.  Observé sus ojos con mucho disimulo y vi que no se le cerraban, los mantenía bajos, pero abiertos. Entonces imaginé que si no era alguna medicina que lo tenía en ese estado pensativo, seguro que habría tenido un problema doméstico con su mujer o con sus hijos. Tampoco se podía descartar una preocupación de trabajo, pero pensé que se trataría más bien de lo primero, pues el trabajo no penetra nuestra alma tanto como los sentimientos. Son preocupaciones muy diferentes que pueden causar tristeza, pero no como las del corazón.

     Entonces di un vistazo a mi reloj pulsera y la hora me indicó que debía darme prisa si quería salir temprano de la clínica, pues las citas médicas eran por orden de llegada. Después de todo, los problemas que viviera mi vecino de mesa no eran de mi incumbencia y, como tenía que resolver los míos, decidí marcharme. Cuando di la vuelta a la mesa para salir, mi curiosidad me sugirió que, con mucha sutileza viera, una vez más antes de salir, al vecino acongojado. Y así lo hice. Pero fue en esa oportunidad cuando, sin más ambages, me detuve en seco para observarlo de frente.

     El hombre triste que durante un buen rato se volvió  el objeto de mi preocupación, se encontraba absorto mirando su teléfono celular que reposaba sobre su muslo derecho, mientras lo manejaba con la  misma habilidad de un adolescente, utilizando sólo ¡La mano izquierda!







Caracas, octubre de 2014 

IMAGENES: WEB 

 Saludos, amigos.


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