sábado, 22 de octubre de 2016

HAIKUS DEL HORROR Y LA IGNOMINIA




Cinco verdugos
de togas rojas, negras,
junto a cuatro

féminas malas,

mataron libertades
justas y buenas.

El jueves rojo
derramaron la sangre
de Venezuela.



A su antojo,
se burló el régimen 
de los derechos

del pueblo por la
escogencia del cambio
 a justos rumbos:

nuevos, hermosos
sin hambre ni escasez
como impronta;

desolación y
muerte en nuestra Tierra,
antes de Gracia.

Hoy la miseria
cubre el territorio
venezolano.

El genocidio
a un pueblo noble
tiñó de rojo.

Un jueves veinte
rieron verdugos viles:
en ¡DICTADURA! 





 Caracas, 22 de octubre de 2016

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jueves, 26 de mayo de 2016

HAIKUS PARA JESUS DE LA MISERICORDIA




Entra, brisa, ven
y alivia mis sienes 
adoloridas.

Mis ojos lloran
el hambre de mi gente
menospreciada.

Verdugos rojos
del régimen nefasto
toman el hacha

de la escasez
en sus malignas garras
y la asestan

contra el pueblo
famélico, enfermo
con fiera crueldad.

A  ti, Dios, clamo
en tu Misericordia,
para que cese

el sufrimiento
de los venezolanos
tan humillados.

Los niños mueren,
el cáncer los azota
con fustas rojas.

Detén la mano
criminal y abyecta.
Dobla su pulso.

Haz que el hambre
muera y no la gente
en su padecer.

Que Venezuela
florezca y prospere
bajo tu manto.

Que todo niño
tenga su alimento
y el anciano

coma y beba
ante la mesa puesta
de su familia.

Que el enfermo
sane ya sus dolencias
con los remedios

recetados
por los galenos nuestros
y los consigan

en los lugares,
ahora tan carentes
de medicinas.

Atiende, Jesús
de la Misericordia,
mi pobre ruego.

Agradecida
espero tu ayuda
a Venezuela.


Caracas, 25 de mayo de 2016 
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sábado, 9 de abril de 2016

HAIKUS LLENOS DE "SAUDADES"



Cuadro de Pasquale Picazio

El tiempo pasó,
no tengo a quien querer
ni quien me quiera

como una vez
lo hiciste tú, amor,
con tanta pasión.

Ya estoy sola
y tus caricias vagan
en mi interior

sin rumbo fijo
como aves errantes
que buscan nidos.

Nostalgias, sueños
que trae el presente
de tiempos idos.

Son sentimientos
profundos de mi alma
enamorada.

Bellas etapas
llenas de ilusiones
y de promesas.

Hoy te recuerdo
y siento tu presencia
cuando escribo

las cosas lindas
y tristes del pasado.
Estás conmigo.

A mis espaldas
tu sombra protectora
guía mis manos

cuando escribo
sobre nosotros, cielo,
y te recuerdo.

Te me acercas,
tomas mis manos entre 
las tuyas, fuertes.

Me acaricias
y me besas con pasión,
igual que ayer.

Habitas en mí,
nunca me abandones,
amor eterno.



Caracas, 9 de abril de 2016
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miércoles, 20 de enero de 2016

HAIKUS PARA LA AMNISTIA DEL INOCENTE



El negro vuelo
de los zamuros pasa
 por mi ventana,

y nubarrones
oscuros, pestilentes
siguen tras ellos.

¿De dónde vienen?
De las cúpulas rojas,
crueles de mando.

Presos sin culpas
viven en celdas negras
y diminutas.

¡No más infamias!
Ofensas a mujeres,
al desnudarlas

ante sus hijos.
Así las requisan los
verdes salvajes.

Madres, esposas
y abuelas que sufren
humillaciones.

No sólo balas
hieren a pobres cuerpos.
¡Tan indefensos!

Los improperios
y manos sucias, ruines,
también lastiman.

¿Por qué castigan
a seres inocentes,
viles verdugos?

Ordenes fieras
del régimen nefasto 
siegan familias.

Los presos lloran
por su inocencia y
por las torturas.

Pensar distinto
tiene precio de cárcel
para los rojos.

¡Ay, Venezuela,
dolor me dan tus penas
y tus desgracias!

Basta. Alcemos
voces de Liberación.
¡AMNISTÍA YA!



Caracas, 19 de enero de 2016
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jueves, 7 de enero de 2016

LA METAMORFOSIS




      Lo que a continuación voy a narrar no tiene nada que ver con el libro "La Metaformosis" de Franz Kafka, en el que el comerciante en telas, Gregor Samsa, se convirtió de un día para  el otro en un monstruoso insecto. Esa fue una mutación escalofriante. El cambio, la transformación a la que me refiero, mucho más agradable, la experimenté hace un mes, el 6D por la noche, cuando luego de trabajar todo el día como testigo en una de las mesas de las Elecciones Parlamentarias en el Colegio Médico, me dispuse a descansar en mi casa.   Yo estaba casi convencida de que al regresar, cuando prendiera el televisor, vería y escucharía a Tibisay Lucena, por enésima vez, cantando la victoria oficialista en las elecciones, desde el odioso balcón del Consejo Supremo Electoral (CNE).                                                                                                                 
      Como no quise escuchar malas noticias, a pesar de tener la casi certeza del triunfo de la Oposición, luego de enterarme de los primeros cómputos, apagué el televisor y me fui a la cama muy cansada del trabajo de la jornada. Los cohetes y los gritos de mis vecinos de Las Trinitarias y La Alameda me despertaron y convencieron  de que las palabras que decía Tibisay Lucena esta vez, eran otras: el triunfo era nuestro, de la Oposición. No podía creerlo: nuestra pesadilla de diecisiete años, había llegado a su fin al lograr mayoría absoluta en la Asamblea Nacional. 

    Todo el año 2015 viví, como todos los venezolanos, momentos difíciles producto del modelo económico fallido aplicado por el desgobierno de Nicolás Maduro al pueblo de Venezuela. La cúpula chavista -intocable- jamás conoció las amarguras de la escasez, de la casi hiperinflación, de las colas siniestras a las que por no hacerlas ni sufrirlas, Jacqueline Farías tuvo el tupé de llamarlas "sabrosas". Y así se los dijo a las pobres personas que se achicharraban, formándolas, bajo el sol inclemente. No se si llamar a esta representante del régimen, hipócrita o cínica. Creo que los dos adjetivos le quedan cortos a este ser que bajo el chavismo, se graduó de servil Rodilla en Tierra del régimen.


  
   Confieso también que el año pasado, desde el mismo momento en el que el oficialismo decidió  instalar las captahuellas para controlar las compras en los automercados y combatir la "guerra económica", sentí mucha angustia y frustración. Por medio de estos aparatos pretendían controlar algo  que el propio desgobierno había creado con el nefasto y fallido modelo económico cubano. Yo no soportaba la humillación y la falta de respeto que representaba estampar los dedos -a veces todos- sobre estos artilugios como una vulgar delincuente, o lo que es peor: una peligrosa criminal. No podía aceptar que al comprar mis alimentos básicos, incluso un simple café en la sección "Gourmet" del Excelsior Gama o una caja de chicles en una farmacia,  me tildaran de "bachaquero", como llama el oficialismo a quienes se lucran vendiendo -a precios elevadísimos- los rubros que a todos nos hacen falta: papel tualé, leche, harina pan, etc. Para escapar a esta humillación, evité comprar en los automercados que hubieran instalado este odioso sistema biométrico. Sólo cuando mi salud me lo suplicaba, acudía a una farmacia a buscar una medicina, aunque sabía de antemano que la respuesta era "No hay".

   Sin embargo, después del maravilloso día de nuestra victoria electoral en las Elecciones Parlamentarias del 6D, ocurrió un hecho que me sorprendió bastante. Experimenté una transformación en mi forma de pensar y de sentir respecto a este sistema biométrico que  nunca imaginé. Pero continuemos. Esa noche me fui a la cama feliz, me dormí como dijo alguien del desgobierno: "como un bebé" y noté que al día siguiente me levanté distinta. Había sufrido una metamorfosis. Pero a diferencia del personaje de Kafka que amaneció convertido en insecto, mi cuerpo  - gracias a Dios, humano - saltó de la cama ligero y sin preocupaciones. Como otro insecto si, pero una mariposa.

     
     Entonces, temprano en la mañana, me decidí a entrar al supermercado, adonde hacía meses no iba, para no utilizar las captahuellas. No se si me impulsó mi ánimo, que todavía saboreando  las mieles de la victoria, me hacía ver todo diferente. Recorrí feliz los estantes y compré lo  poco que encontré. Entonces, cuando fui a pagar los productos en la caja, y cuando la chica me pidió que pusiera los pulgares en la captahuellas,  me sorprendí a mí misma. Esta vez no tuve inconvenientes y los puse encantada, diríase que hasta divertida. Para mi total asombro,  ya no veía los odiados aparatos como terribles tanques de guerra en miniatura. ¿Qué me pasaba? Ahora  ellos se me antojaban ridículos artefactos que ahora me causaban gracia, me hacían reír. Y descubrí algo que no había visto antes: las captahuellas  en aquel momento, se habían convertido a mis ojos  en insectos: sólo  moscas impertinentes, molestas, rojas rojitas e inofensivas, que al tocarlas, se espantaban, alzaban el vuelo acobardadas, atemorizadas.  Nada más.



















Caracas, 5 de enero de 2016

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